Él no buscó hacer de la escultura su medio de vida, la escultura lo escogió a él. En sus manos y su alma tuvo siempre el impulso necesario para crear con plastilina, plástico, papel periódico pero sobre todo con bronce, piezas que han rebasado fronteras y conquistado espacios impensables.
Carlos Aguilar y Linares, “el mago del bronce” no imaginó convertirse en un escultor famoso, fue su talento el que lo llevó a conocer a distinguidas personalidades como el mimo Marcel Marceau y los jazzistas B.B. King, Tonny Bennet, Milt Hinton y Ellis Marsalis, entre muchos otros.
La música fue siempre su mayor inspiración, en ella encontró las ideas perfectas para crear memorables esculturas como las de los músicos de jazz que forman parte de su colección “La magia del bronce”, las cuales le permitieron consagrarse como uno de los más grandes escultores hoy en día y ocupar un espacio privilegiado en importantes eventos como el Festival de Jazz en Berna, Suiza.
Manos inquietas
Aguilar comenzó desde muy niño su labor como escultor. La plastilina era su juguete favorito, la convirtió en su compañera inseparable hasta que conoció el plástico que, según sus familiares, se volvió un dolor de cabeza para su madre.
“Arrasaba con todos los objetos de ese material que se le ponían enfrente; con un soplete iba dándole calor hasta que se transformaba en un material lo suficientemente maleable para darle forma. Así fueron desapareciendo cubetas, fundas, cepillos, etcétera”, cuentan quienes lo conocieron.
Fue esa necesidad de crear nuevas formas lo que le permitió llegar hasta la Galería Chapultepec cuando tenía apenas 22 años de edad. Ahí se realizó su primera exposición “Escultura en plástico”.
En ese momento, Carlos ni siquiera imaginaba que se convertiría en uno de los más reconocidos escultores mexicanos y mucho menos, que encontraría en el bronce la magia que lo caracterizó durante gran parte de su vida.
Un hobby satisfactorio
Pasaron casi 20 años antes que Carlos Aguilar se diera cuenta de cómo la escultura podía marcar su vida.
Él la veía como un hobby, como una gran pasión y nada más. “Me estoy divirtiendo tanto (con la escultura) que no pensé que fuera trabajo”, respondió alguna vez a Luis Carbajo, conductor de televisión, cuando éste le preguntó porqué no se había dedicado antes a esa actividad ya como una profesión y no sólo como pasatiempo.
Carlos Aguilar nació siendo escultor, en sus venas llevó siempre ese amor por la creación de nuevas formas pero no se percató de ello hasta que una tía le enseñó la figura de un pequeño rey.
“Le dije ‘está bonito pero me llama la atención que me enseñes ése rey y no todas las demás cosas que tienes y que están más bonitas’, y me dijo: ‘te enseñé ése porque lo hiciste cuando tenías 5 años y lo deje aquí’; ahí aprendí que realmente yo nunca me decidí por la escultura, yo creo que la escultura me escogió”, solía contar Aguilar.
Imaginar lo invisible
Una de las principales características de la obra de Carlos Aguilar es la ausencia deliberada de formas. Sus esculturas parecen inconclusas, pero son más completas de lo que en un inicio se cree, gracias a la imaginación e interpretación de quienes las ven.
“He aprendido a no contar cuál es la historia de cada escultura porque me he dado cuenta que cada quien tiene una diferente y eso es más bonito porque cada historia hace que crezca mi escultura”, dijo alguna vez Carlos Aguilar.
Pero ¿cómo fue que el escultor comenzó a crear figuras flotantes? “Me regalaron un calendario con fotografías de músicos de jazz, me llamó mucho la atención un músico que se encontraba tocando el bajo y decidí hacerlo en escultura, hice el bajo, las manos, la cara, pero me di cuenta que el fondo, es decir el telón donde el se encontraba era negro y se confundía con el smoking negro que el músico llevaba, lo cual no permitía que se viera su cuerpo completo, sólo se veían las manos, los puños, la cara y su instrumento, así que sólo eso fue lo que hice”, describió el escultor.
El bajista, fue el primer músico que Aguilar hizo flotando. Tiempo después completó a la banda de jazz con las esculturas del trompetista, trombonista, pianista, clarinetista, saxofonista y baterista.
Mandatario en bronce
Angélica Gómez de Aguilar, esposa del escultor, reconoce que su marido difícilmente realizaba esculturas “por encargo”, pero en 1997, cuando la Embajada de Estados Unidos le solicitó inmortalizar al entonces presidente Bill Clinton, le fue prácticamente imposible no aceptar, pues la idea de plasmar a un mandatario ligado con la música le causaba gran emoción.
Carlos Aguilar narró así un pasaje de esa experiencia: “En mayo del 97 me encontraba en el festival de jazz en Berna, Suiza, cuando recibo una llamada de mi hija que me pregunta cuándo voy a regresar, porque me están buscando de la Embajada Americana, le contesto que regreso en tres días pero que ya no hay nada pendiente, ya les entregue la escultura ya me pagaron y hasta me gaste el dinero. ‘Papá, querían enviarle la escultura a la Casa Blanca, en Washington pero acaba de avisar que viene a México y como la escultura la compraron entre varios, les parece que lo correcto es que el escultor la entregue’”.
Días después de la entrega, Aguilar recibió una carta de agradecimiento de Clinton, quien se dijo muy honrado “por ser el sujeto de tu trabajo artístico”.
Festival de jazz
Producto de la causalidad
Al “mago del bronce” le gustaba admitir que las maravillosas experiencias que disfrutó a lo largo de su vida fueron causadas por él mismo sin darse cuenta, y no coincidencias ni casualidades. “Hay gente que le llama suerte, hay gente que le llama destino, hay gente que piensa que es Dios, como quiera que sea hay alguien que me está echando la mano, hay alguien que me está ayudando mucho”, decía.
Y efectivamente, no fue la casualidad, sino consecuencia de su talento, que Carlos Aguilar se convirtiera en el creador de la escultura que se entrega actualmente en el Festival de Jazz en Berna, Suiza.
En 1994, Aguilar se encontraba en el Jardín del Arte de San Ángel exponiendo su obra. Un matrimonio suizo que había recorrido Nueva York, Las Vegas y Nueva Orleans se le acercó para preguntarle por la escultura del trompetista, la querían como galardón para el Festival de Jazz, pero al día siguiente la pareja partía su vuelo a Berna, y el escultor se iba a Cancún.
Un solo día pasó el matrimonio en la Ciudad de México. En un solo día hallaron lo que tanto anhelaban: una escultura para jazzistas. Estaban a punto de rendirse cuando se toparon con Aguilar. Lo encontraron cuando dejaron de buscarlo.
Aguilar confesó que ni siquiera recordaba haberles dado el número telefónico para localizarlo en la playa, “para ser sincero no me entusiasmó, o quizá no les creí”.
Sin embargo, la señora hizo todo lo posible por localizarlo nuevamente, hasta que lo logró; le dijo a Aguilar que quería que le enviara tres esculturas o mejor aún, que él mismo viajara a Suiza con todos los gastos pagados para entregarlas.
No fue fácil convencerlo pero finalmente decidió realizar el viaje, en el que convivió con sus ídolos del jazz. Hans y Marianne, el matrimonio que lo invitó a Suiza le informó que el alcalde de Berna entregaría una de sus esculturas como trofeo; el embajador de Estados Unidos otorgaría la segunda y él, la tercera.
Milt Hinton, una leyenda del jazz, fue a quien el escultor le entregó el trofeo. “Mis piernas temblaban, no podía contener las lágrimas, aquella foto del calendario que había definido mi estilo hacia varios años , de aquel bajista del que tan sólo veía su cara, manos y bajo, se encontraba frente a mí… tantas veces en todo este tiempo había yo deseado conocerlo y darle las gracias por aquella foto en aquel calendario y ahí estaba sonriendo frente a mí. Definitivamente fue una de las personas más importantes en mi carrera, aunque él no lo supiera”.
Desde 1994, son esculturas de Aguilar las que se entregan en el Festival de Jazz de Berna. Además de Milt Hinton, reconocidos músicos como Luoie Bellson, Geroge Wein, Oscar Peterson, Clark Terry, Benny Cartesr, Stéphane Grappelli, Bob Wilber, Ellis Marsalis, Hank Jones, John Lewis, Illinois Jacquet y Gerald Wilson han recibido como trofeo la figura de “El trompetista”, creada por Aguilar. El arte de un mexicano, en territorio europeo.
El mimo de los escultores
Sin duda una de las experiencias más gratificantes para Carlos Aguilar inició a miles de kilómetros de distancia de su hogar. En 1990, en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, un señor se topó con una joven pareja que llevaba consigo la escultura de un mimo. Les preguntó dónde la habían conseguido e incluso les pidió que se la vendieran.
Los jóvenes le dijeron que la acababan de comprar en el Jardín del Arte, e incluso le hicieron un croquis para que llegara a ese sitio.
Dos años después, el individuo viajó a la Ciudad de México y con el croquis en mano llegó al Jardín del Arte. No encontró al escultor, pero consiguió que lo pusieran en contacto con él.
Carlos Aguilar acudió al hotel donde el señor se encontraba hospedado. Éste no pudo ocultar su felicidad por haber conseguido una pieza escultórica de la serie inspirada en el famoso mimo Marcel Marceau e incluso le dijo: “¿Sabías que tú eres el Marcel Marceau de los escultores, pues haces que se vean cosas donde no las hay?”.
Tras pagar la figura de bronce llegó el momento de preguntarse los nombres. El hasta entonces incógnito hombre, con una enorme sonrisa le dijo a Aguilar: “Mucho gusto, yo soy Marcel Marceau”.
Desde 1992, Aguilar y Marceau se convirtieron en grandes amigos; el mimo compró dos esculturas inspiradas en él y Aguilar le obsequió otras dos. Actualmente, esas cuatro piezas permanecen en el Museo Marcel Marceau, en París, Francia.
Obra perdurable
Carlos Aguilar falleció sorpresivamente el 29 de julio de este año. Su partida dejó trunca su carrera como escultor, pero no por ello es una historia a medias.
El destino, la suerte, Dios o como él decía, “la causalidad” le dieron la oportunidad de que su vida fuera como una de sus esculturas, deliberadamente inconclusa, para que quienes conozcan su vida y su obra imaginen lo que ya no está, que construyan y hagan que su historia crezca. Así, será posible configurar la mejor pieza escultórica de Carlos Aguilar: la del “Mago del Bronce”.
Carlos Aguilar
* Agradecemos a Angélica Gómez de Aguilar las facilidades para la realización de esta publicación.
Artículo escrito por Iraís Valenciano para Virtuosso Producciones